Sin reloj, pero con tiempo

Tesoro de las palabras fundamentales para vivir en el Siglo XXI

domingo, 7 de febrero de 2010

Las palabras de la vida

“Escuchaba en silencio y escuchaba el silencio”. Así comienza. Luis Mateo Díez nos traslada al mundo de las historias contadas al amor de una ocasión, o de ninguna. Historias contadas para entretener, para vaciarse, para acompañar las horas o el crepitar de las llamas; aderezar un cesto de vainas que limpiar y partir.

Los ritos de la palabra recogen vidas y por eso las reconstruyen. Convierte este libro las palabras en personajes animados: es la prosopopeya de la prosopopeya. Las palabras tienen el poder y el don de provocar emociones y preceder al pensamiento.

“Alguien dijo que el tiempo es una sustancia metafísica que nos contiene, nos vigila, nos acecha. Sólo la palabra lo detiene, lo pone en su sitio, pero sin perder su fragilidad. La vieja idea de que se cuenta, se escribe, para no morir, tiene en la oralidad un especial sentido, por que la esencia misma es aplazar la llegada de la muerte, de la destrucción, entendiendo que la muerte es el olvido definitivo, la otra orilla de la memoria y la vida.

Hablamos para entendernos, para comunicarnos, para acompañarnos, para decirnos lo mucho que nos queremos o lo ingratos que somos, pero, sobre todo, lo hacemos para atarnos a la vida que es lo que de veras compartimos.

No en vano en principio fue el Verbo”. (págs. 68/69).

Podemos seguir leyendo... “El recuerdo que se siente y no se cuenta duerme en el secreto de nuestra intimidad y en ese secreto acaba apagándose. La palabra lo rescata, le devuelve su poder y su materia.” (pág., 105). Un poco más aún: “Vivimos en una sociedad en la que el ocio es industria y esa industria fabrica y vende sin piedad infinitos pasatiempos. También porque a esa industria, según dicen algunos expertos, no le interesa la imaginación. En realidad, la industria del ocio existe para sustituir la imaginación, para fabricar productos que la hagan innecesaria, ya que a quien le sobra imaginación jamás le falta entretenimiento.” (págs., 134/35).
¿Más razones para amasar palabras y leerlas y trasladarse con ellas al mundo de la libertad interior?

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