Sin reloj, pero con tiempo

Tesoro de las palabras fundamentales para vivir en el Siglo XXI

jueves, 8 de julio de 2010

El libro de las ilusiones

Experimentar las sensaciones sin hacer que intervengan los sentimientos. Parece una orden disparada sobre el lector, una sugerencia al observador y un criterio para el guionista. Paul Auster, siempre él en sus novelas, nos regala una trabajadísima y emocionante sucesión de ocultaciones con todo tipo de matices.

La gran especialidad de David Zimmer es la de no saber estar en el lugar apropiado ni mucho menos en el momento debido. A pesar de ello, como nada es lo que parece, se encuentra con el regalo de las secuencias que le permiten reconstruir su desarrollo profesional y recomponer la figura de su persona. Siempre al través de sus interlocutores.

Por más que las circunstancias alejen a los protagonistas, la fuerza de sus impulsos más íntimos se empeña en acercar sus vidas, en cruzar sus travesías por el amor y el desamor, por el humor y el sentido de lo que realmente importa. Cartas como gritos para reconvertir la ilusión en algo palpable... y vuelta a la imagen original del desasosiego, que acude como una transfusión oportuna y necesaria en el momento en que las cosas parecen recobrar el sentido.

La novela trata de la posición de la persona ante la ilusión de la realidad y de la precisión del individuo frente a lo sesgado de los documentos: las personas son siempre certidumbres. Se trata de un trabajo de filosofía personalista, no en vano Auster es judío, es culto y trabaja sus personajes desde una óptica trascendente. A partir de ahí, “El libro de las ilusiones” se convierte en un juego de desidentidades.

Esta novela debería venir con una clara indicación: no hablar con nadie, no comer, no dormir, estar dispuesto a inquietarse y tranquilizarse alternativamente durante unas veinticuatro horas seguidas. “Cae” antes, pero se impone la relectura de determinados pasajes, de algunas cartas y de algunas tramas de las películas que conviven en la narración.

La veracidad de las ilusiones no es más que una perfecta coartada para justificar la valentía de los actos nobles. La valentía del amor no tiene mérito, es automática y perpetua. El coraje de luchar por la obra escondida, de seguir puliendo lo que tratamos de hacer desaparecer, nos entrega a la necesidad de aceptar que no olvidamos más que aquello que queremos olvidar, que la memoria es un recurso, una herramienta y que el olvido es una decisión, aunque el recuerdo sea un procedimiento.

[Una novela cortísima y mágica; biográfico de varias vidas, incluso de la del lector . Anagrama, 2003]

No hay comentarios:

Publicar un comentario