Sin reloj, pero con tiempo

Tesoro de las palabras fundamentales para vivir en el Siglo XXI

jueves, 22 de julio de 2010

El pintor de batallas

La huella del dolor en la persona

Arturo Pérez Reverte fue corresponsal de guerra; de los de verdad; de los que se respetaban a sí mismos en el respeto al ver, oír y contar... “y mi protagonismo me lo guardo”. Yo lo recuerdo. Aquí [Alfaguara, 2006] da la sensación de que sí ha querido aparecer. Él es el pintor de batallas o, al menos, lo fue en una memoria paralela: los referentes geográficos y vitales lo insinúan. Incluso la explicación de la diferencia entre buen dibujante y buen pintor plantea una aproximación al concepto que parece tener el autor de sí mismo. Debo contradecirle: también pinta; lo hace con imágenes poderosas, alusiones humanas y un calor en la palabra que desborda la precisión de los significados. ¡Qué maravilla los colores en lenguaje profesional: siena, cadmio, payne, prusia...! Palabras de pintor.

“Tyger, tyger, burning bright / in the forests of the night / what inmortal hand or eye / could frame thy fearful symetry?” William Blake le ha prestado la imagen de los versos (en la p. 114 de la edición que yo tengo ya lo hace evidente), para insinuar desde el principio que existe un paralelo entre lo que ocurre y lo que se percibe, que hay simetría, pero no identidad. Pérez Reverte nos describe el desgarro del dolor resultante de la guerra con precisión y desde el reflejo acerado de la conciencia. Le duele mucho lo que vivió y quiere que se le note... pero sin mariconadas (p. ej. p. 60).

Esta novela es obra de un escritor que ha ido creciendo con cada nuevo libro. Narrada con frecuencia en dos planos, pasado y presente, cruza las secuencias y te lleva de la mano; la historia es fácil de seguir, a pesar de la compleja estructura literaria, porque está muy bien escrita: los personajes se describen en personas, están acabados, viven; las secuencias están situadas, existe un criterio para la acción y un momento para cada reflexión. Los diálogos entran y salen de la narración al encuentro de la trama; todo es diálogo y todo desarrollo al mismo tiempo. El lector es eso: lector, durante trescientas cortísimas páginas (¡a ver si alguien va tomando nota!).

El autor es el que opina. La obra presenta la falsedad de la conciencia de cartón piedra ante la guerra. Rompe los clichés: la contemplación del dolor deja una huella profunda. El arte puede ser una consecuencia, pero no algo buscado: se narra, se cuenta, se “comunica” el horror, pero no se vende “arte” a su costa; por eso hay tan poca verdad (el Goya de los fusilamientos) y tanta mediocridad (¿el Gernika?). Por cierto, ¡menudo viaje a Capa! (p.20, p. 72).

“Al divorciarnos de la naturaleza, los hombres hemos perdido la capacidad de consuelo frente al horror que acecha ahí afuera” (p.120). Toda la novela hace que Faulques, el pintor, e Ivo, su espejo, reflexionen alrededor de ese mensaje. ¿Qué significa lo de las Troyas dormidas? No se puede decir más en menos papel. Una grandísima novela. Para comprar y regalar.

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