Sin reloj, pero con tiempo

Tesoro de las palabras fundamentales para vivir en el Siglo XXI

lunes, 12 de julio de 2010

Las pequeñas memorias

La memoria es un espacio para acariciar recuerdos

¡Magnífico! Y eso que he tenido que vencer una pereza casi infinita para coger el libro, traspasar la nota de “libro amigo de los bosques”, y comenzar la lectura. Pero ocurre el arte: llegas a la tierra, “ese fondo movedizo del inmenso océano del aire”, te adentras en la memoria que te presta el autor, te desnudas, saltas dentro de “una alberca que al creador de los paisajes se le olvidó llevarse al paraíso” y no quieres salir. No deseas otra cosa que compartir el tiempo que te regalan. No me atrevo a citar páginas concretas ni a hacer referencias: sería como desvelar la historia... y aquí no hay asesino ni mayordomo.

Me costó, porque desde “La balsa de piedra” me había propuesto no volver a caer con Saramago. Pero uno es débil y trata de pensar que el “Ensayo sobre la ceguera” no había sido un espejismo. Lo confirmo. Tardó en recordar que sus lectores queremos disfrutar de lo que escribe. Lo más maravilloso de este libro es que el autor no pretende convencerte de nada, no te escribe desde una propuesta conceptual, no te acosa con sus proclamas ni te recuerda que, si no piensas como él, eres un equivocado. Tampoco le da por parecer retorcido ni por ponerse estupendo ni dejarse arrinconar por Lobo Antunes. Saramago suelta la mano en “Las pequeñas memorias” y escribe con el calor del sol, la prudencia de los años, el aliento de la vida y la paciencia infinita de las ganas de contar. ¡Vaya que sí!

El lagarto verde y el olivo. Las fotos. El trasunto de los recuerdos, seguros y firmes en las personas, velados en los hechos y los afectos, porque la memoria decide a qué le concede un primer plano, qué desenfoca y qué permite acunar en las manos.

Con libros como éste se podrían organizar talleres de lectura. [Lo publicó Alfaguara en 2007].

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