Sin reloj, pero con tiempo

Tesoro de las palabras fundamentales para vivir en el Siglo XXI

martes, 20 de julio de 2010

El primer siglo después de Beatrice

Maravilloso libro de Amin Maalouf [Alianza Cuatro].

El autogenociodio de los pueblos misóginos. A través de una historia de amor, Amin Maalouf nos enfrenta a un ataque de responsabilidad. Un hombre, un científico, un entomólogo, le pide a su mujer un regalo: quiere que le dé un hijo. Le regala una hija. Recorremos el mundo de la injusticia, de las dificultades en el desamor, de la pasión “paternal” (no creo que exista como instinto), de las habituales soflamas maltusianas acerca de la superpoblación; recorremos el genocidio del aborto como medio de planificación familiar, uno de los grandes crímenes del siglo XX, enfrentamos el mundo de las diferencias de género, de las desigualdades procedentes de un falso respeto por lo que se presenta como “tradición”, “raíz”, “marca de culturas”. Este ensayo es una advertencia, una diatriba contra la falla norte-sur, una defensa de la feminidad del mundo y un grito al sentido común.

El mundo debería ser algo más que un territorio de supervivientes.

“Es en ese momento cuando, en las películas púdicas, una lámpara se apaga, una puerta se cierra, una cortina se baja. Y en algunos libros, se pasa una página, pero lentamente, como deben pasar esos minutos, lentamente, y sin otro sonido que el de una tela que tiembla”. ¡Qué manifestación de respeto!, que es de lo que trata realmente el libro, del respeto que se deben las personas a sí mismas, a los demás, a las generaciones venideras. Pues el mundo actual se nos ha dado, tenemos una responsabilidad inherente al hecho de ser humanos: la de diseñar y comenzar a construir un futuro mejor que nuestro presente.

“¿No es la paradoja de nuestra cultura que al convertirse en dueña del espacio se haya hecho esclava del tiempo?”. El debate de la ley natural, de los derechos humanos, de las libertades civiles, abierto y expuesto. El Norteoccidente poderoso, tan democrático y libre, impone sus paradigmas, aunque no su escala de valores: lo malvado sólo es malvado si se hace aquí, pero es admisible allí. El Norteoccidente está dispuesto a “respetar” barbaridades convenientes económicamente escondién-dolas en falso acervo cultural. “Por supuesto el odio no se llama odio más que cuando lo vemos en los demás; el que está en nosotros lleva mil nombres diferentes”.

Y concluye con una invitación a abandonarse en uno mismo, a pensar para tomar decisiones... y ser persona: “Un día cercano, no volveré de mi paseo. Lo sé, lo espero y no lo temo. Partiré por algún sendero familiar. Mis pensamientos brincarán indomables. De pronto, agotado por mis argumentaciones, ebrio, exaltado, mi corazón se desbocará y yo buscaré el apoyo de algún roble amigo. Allí, en ese estado, mezcla de torpor y de última serenidad, tendré en el espacio de un instante la más preciada ilusión: el mundo, tal como lo he conocido, me parecerá una vulgar pesadilla, y será el mundo de mis sueños el que adopte un aspecto de realidad. Empezaré a creer en él de nuevo, un poco más a cada instante. Y será a él al que mi mirada envuelva por última vez. Una sonrisa de niño irá a iluminar mi barba color de montaña. Y, en paz, cerraré los ojos.”

Así termina. Lindo, ¿no?

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